viernes, 23 de julio de 2010

Chulilla






Chulilla es un pueblo blanco incrustado en la falda de un cerro coronado por un castillo árabe y abrazado por el abundante caudal del Turia.


Chulilla es para muchos sinónimos de salud y bienestar, no en vano las virtudes de las aguas de su conocido balneario han sido su principal atractivo durante muchos años. Pero, la Luliella romana y la Xulella musulmana tienen mucho más. Su castillo y las callejuelas enrevesadas que discurren a sus pies, los paseos por la ribera de un generoso río Turia y una sorprendente gastronomía de interior, son otros regalos que Chulilla ofrece al visitante.

La carretera que nos dirige a la Villa, discurre por una planicie dedicada al cultivo de regadío. A los pocos minutos, de atravesar una pinada comenzamos a observar, las primeras casas. Estas son de construcción moderna, y se han ido ubicando alrededor de la Ermita de Santa Bárbara. Esta ermita recibe dicho nombre porque la patrona del pueblo, descanas allí durante todo el año. Fue construida en 1364 y renovado en 1730, aunque hace pocos años se restauró. Desde este lugar, se observa el pueblo, que esta construido en la falda de un castillo musulmán, y en el cual destaca el campanario de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles.


Chulilla es un pueblo blanco incrustado en la falda de un cerro coronado por una fortaleza de origen musulmán y abrazado por el río Turia que todavía mantiene un importante caudal. El río, que esta presente en la vida del pueblo, forma un cerrado meandro que bordea al municipio labrando un formidable cañón de paredes verticales. En lo más alto del cerro, las murallas bien conservadas de su fortificación nos sugieren un pasado intenso, lleno de intrigas y luchas por un enclave de gran importancia estratégica como lugar de paso.

Chulilla es un pueblo rampante cuyas casas blancas orientadas al levante se encaraman al cerro siguiendo las curvas de nivel. Y poco, debe haber cambiado desde que en 1340 le fuera otorgada la Carta Puebla en beneficio a la minoría cristiana. Sus calles enrevesadas y sus gentes sosegadas nos sumergen en una tranquilidad tal que parece imposible encontrar a tan poca distancia de Valencia, una de las ciudades de España más populares.


No son pocos los atractivos de la villa, situada en el corazón de la serranía, atractivos que, como ahora veremos, satisfarán a los enamorados de la historia, a senderistas y escaladores, a naturalistas y aficionados a la geología, y eso por no hablar de aquellos que quieran prescindir de los agobios de la vida actual dejándose seducir por las curativas estancias en el balneario. También tenemos rutas de senderismo y de ciclismo, además de una magnífica oficina de turismo en la cual, os informaremos de las cosas que hay que visitar en este magnífico pueblo.


Las fiestas de Chulilla son de lo más animado, sobre todo durante las celebraciones que anuncian la llegada de la primavera, Los Mayos, con sus cantos irónicos sobre la actualidad del pueblo a ritmo de jota; ironía que todos soportan con el dulzor de los reguiños, las pastas que hacen estos días. Los auténticos protagonistas de estas fiestas son los cuatro mayorales, dos obreras –chicas de unos 20años- y dos floreritas – dos niñas-, todos vestidos con el traje típico de chulilla. Las fiestas del Santísimo Cristo, tienen lugar en septiembre y resultan muy vistosas pues las calles se engalanan con cruces ornamentales, a cuál más bonita, para obtener el premio a la mejor cruz.

No por estar en Valencia, el plato típico de Chulilla, es la paella, su gastronomía es Recia y poderosa como corresponde a las zonas de interior. Aquí, podemos degustar platos como la olla churra, olla de berzas, el gazpacho serrano y ricos embutidos.


Tras haber echo un breve paréntesis explicando las fiestas y gastronomía del pueblo, os voy a explicar la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, que se encuentra en el corazón de la villa. Construida sobre una mezquita entra los siglos XV y XVII, originariamente constaba de una nave rectangular, pero más tarde se le añadió el campanario, la sacristía y una capilla. Entre su abigarrada ornamentación barroca destaca un zócalo con azulejos del siglo XVI -hermano del existente en la iglesia del Corpus Christi de Valencia-, una talla de madera policroma de la Virgen con Niño, también del siglo XVI, y un lienzo de la Virgen del Castillo con Niño del siglo XVII.

Para observar los alrededores del pueblo, os voy a explicar donde se localizan los dos miradores. El primero, es el de la Peñeta. Se localiza al final de la Calle Mayor. A nuestros pies la fértil vega del Turia que se nos ofrece sin velos. El río discurre manso y los agricultores realizan en sus pequeños campos las tareas que en esa época del año toca. Al fondo, se observa la sierra Chiva y a las espaldas el ventanal del Castillo – por donde la reina mora, se descolgaba para ir a ver a su amante, que era cristiano. Por ese ventanal, un día se descolgó y la mora se mató-. De ahí, seguimos la calle Mayor dirección a la Plaza de la Baronía, una vez allí, la atravesamos y continuamos por la calle San Juan, para a pocos metros girar a la izquierda y introducirnos en la calle las Cuevas, al final de esta calle encontramos el mirador de las Cuevas. En este, observamos como el río discurre encajonado por todo el cañón del Turia, también, observamos como el fruto que prevalece es la algarroba –ya que se cría muy bien en zonas de secano-, a la parte izquierda se ve el Castillo, la tabla de los Cazadores.

Para ir al castillo, sólo tienes que coger una calle tras otra hacia arriba, ya que el Castillo de Chulilla es como Roma. Atravesamos la puerta coronada por un arco de medio punto. Al llegar a la torre del recinto señorial, observamos Chulilla desde lo alto, como si lo hiciéramos desde la Muela, monte que protege al pueblo. Aprovechando que estamos en el Castillo, y que tiene mucha historia, os voy a contar la historia de Chulilla.

Con la romanización de estos poblados se abandonaron y sus gentes ocuparon los llanos. Entonces, en honor a Julio César, el lugar pasó a denominarse Luliella y de esta época se conserva el aljibe del castillo, emplazamiento que se mantuvo como “castro” en la época romana. Al estar situado en un importante nudo de comunicaciones, el enclave pronto fue el más relevante, junto al castillo de Alpuente, en muchos kilómetros a la redonda. Efectivamente el castillo, declarado Monumento Histórico Artístico en 1981, fue el embrión de la población y a sus pies se sucedieron interesantes episodios protagonizados por los diferentes pueblos que han pasado por aquí. En realidad, las murallas solo defiende el flanco meridional de la población ya que se desploma hasta el río innecesario cualquier otro tipo de protección.

Poco queda de la Xulella musulmana. Por aquel entonces, gracias a un pacto establecido en el rey Abu Zayd, rey moro de valencia, y Jaime I, la fortaleza se mantuvo por un tiempo bajo dominio musulmana. Pero en 1340, el obispo Ramón de Gastón otorgó la Carta Puebla en beneficio de cien pobladores cristianos y con ellos como dominadores, el castillo sufrió sus primeras reformas. Éstas se sucederían a lo largo de los siglos XV y XVI, época a la que pertenece la atalaya del Frailecico, al suroeste, que dominaba esa parte del territorio. No faltó quien utilizó estas murallas como prisión tal es el caso del inquisidor de San Juan de Rivera, que encerró aquí a numerosos párrocos acusados de herejes. Ya en el siglo XVII, con la triste expulsión de los moriscos, la población disminuyó mermando así la importancia del pueblo hasta que se produjo una nueva colonización de genes venidas de Navarra y Aragón; así se alcanzaron altos niveles de doblamiento hasta principios del siglo XX, momento en que el descenso de población volvió a producirse como consecuencia de la emigración a las ciudades, fenómeno que ha alcanzado nuestros días.

El final del esplendor de la fortaleza hay que buscarlo en fechas recientes pues durante el siglo XIX, durante guerras carlistas, sus murallas protegieron a las tropas pretendientes. Hasta tres fuertes envites isabelinos resistieron los muros, pero finalmente gubernamentales se impusieron y el castillo pasó a ser ruina. Del castillo destaca su puerta de acceso con un bien conservado arco de medio punto de baldosa, las

estancias de lo que debió ser el cuerpo de guardia, el aljibe romano, una torre barbacana, un bastión circular, unas dependencias abovedadas y una capilla dedicada a San Miguel. Tras su abandono, los vecinos usaron estos viejos muros como cantera para obtener de forma fácil piedras para la construcción hasta que comenzaron, en 1981, los trámites para su declaración como Monumento Histórico-Artístico. Fantaseando con estas historias que acabó de leer, dejo que mi mirada se pierda siguiendo los meandros del Turia. Al fondo: junto al río, un edificio de aspecto decimonónico asoma entre los pinos; el Balneario de Chulilla.

Balneario de Chulilla

Sin duda, tan importante como en tiempos lejanos fue para Chulilla su estratégica situación y su fortaleza, lo ha sido en tiempos recientes su balneario. A cuatro kilómetros del casco urbano, junto al río Turia, ha querido la naturaleza que aflojen las aguas termales, las de Fuencaliente, con propiedades minero-medicinales a 23 ºC. El entorno es privilegiado y el frondoso jardín alberga enormes plátanos y palmeras, laureles, pinos, chopos, rosales y toda suerte de plantas de jardinería; en medio, una piscina siempre lista para el baño recibe las aguas templadas de la fuente. Una inscripción recuerda que el balneario de Fuencaliente, hoy conocido como el Balneario de Chulilla, fue reconstruido en 1965 por el pueblo. Y remozado veinte años después.

Las primeras referencias escritas son del siglo XVIII pero no fue hasta finales del XIX cuando se construyó una primera casa de baños municipal. La construcción tiene ese regusto de los edificios de aire decadente, nada que ver con los modernos servicios e instalaciones que ofrece en su interior. Desde el aparcamiento, un pasillo cubierto por espléndidas trepadoras, que conduce hasta la recepción. Gracias a sus especialistas, el balneario, es el lugar apropiado para combatir reumas, enfermedades de la piel y del aparato digestivo, para corregir la función biliar.

Las memorias de los viejos del lugar

Su ubicación serrana hace de su término un buen lugar para los paseos campestres, para el senderismo pedestre o ciclista. Entre las varias opciones, permítame recomendar el paseo al Charco Azul. Desde el pueblo, un cartel nos indicará el camino, sin pérdida posible, que en media hora nos llevará junto al río hasta esta pequeña presa de aguas claras que se construyó para regular el paso del río por Chulilla. Desde aquí, unas canalizaciones llevan el agua por debajo del pueblo hasta una pequeña estación hidroeléctrica. Hoy el Charco Azul es un estimado enclave frondoso donde los jóvenes se refrescan en verano. La excursión discurre entre enormes acantilados calcáreos como la Peña Judía o la Peña Mosén, que arrancan en el mismo Turia y durante el trayecto se disfruta de buenas panorámicas del castillo.

Para finalizar, los veteranos recordaron tiempos pasados en los olivares, en los almendros y en las huerta; tiempos en los que fabricaban los capazos y las esparteñas en las cuevas de detrás del castillo los días de lluvia.

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